sábado, 24 de noviembre de 2007
Totalmente inédito: Una muerte sin importancia
Las noches de verano son bonitas, sobre todo cuando son iluminadas por la luna llena, y el calor del sol nos da una tregua cuando se oculta. Pero aquella noche no fue bonita, ni especial, más bien fue triste, pues en el silencio y el susurrar de los vecinos que compartían charlas sentados en la puerta, un frenazo seguido de un grito agónico me hizo girar la cabeza para ver un dantesco espectáculo que me lo mostraba allí, tirado en la calzada, sin que ninguno de nosotros hiciese nada, al ver cómo se le iba escapando la vida de forma lenta y agónica, a la vez que él se aferraba a la vida, y trataba de luchar por sobrevivir al atropello. Pero nadie se acercaba a él y sacarlo de la calzada. La impresión de aquello que pasó era nueva para mí, y me dejó paralizado, sin saber reaccionar, sintiendo su dolor y mirando cómo se retorcía de forma agónica, hasta quedar totalmente parado, con su cuerpo bañado en sangre. Había muerto y todos éramos culpables de haberlo dejado allí, sin hacer nada por él, hasta que llegó ella, una niña de unos ocho años, que llorando, sintió pena, aunque no lo retiró porque su madre le ordenó que no lo hiciese. Yo era testigo de la crueldad humana, pues se trataba de un perro que había muerto atropellado. Un simple, vulgar y asqueroso perro, aunque para mí fue más. Fue un ser vivo al que no prestamos ayuda, y que estaba allí, sufriendo la vergüenza de la muerte, sin que pudiese hacer nada por evitarlo. Ese perro se merecía, ya que había muerto, ser retirado de la carretera, pero no era así en aquellos momentos, ya que era un ser inferior a la especie humana. Ese orgullo nuestro de creernos superiores a las demás especies porque nos autodenominamos racionales nos hace ser estúpidos, insensibles, y egoístas. Es cierto que hablamos de vivir con dignidad, pero también deberíamos hablar de morir con dignidad, algo que aquel can no tuvo oportunidad, pues a nadie le importó verlo tirado. A nadie, salvo a mí, a pesar de faltarme el valor y las agallas para reaccionar en ese momento. Recuerdo que una hora más tarde un reguero de arena recordaba la muerte, y años más tarde sigo viendo y escuchando a aquel pobre animal muerto, al cual no olvidaré nunca.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu opinión es importante