sábado, 19 de enero de 2008

Salto evolutivo

La Tierra, 10000 años a. de J. C.
En pleno período epipaleolítico, el ser humano no conoce la palabra o el lenguaje articulado, siendo el lenguaje gutural su única forma de comunicación, amén de la pintura rupestre y la comunicación no verbal. Es pleno invierno, y nos hallamos en una cacería donde varios hombres envueltos en pieles y armados con lanzas y piedras se dispone a dar caza un mamut, el cual es perseguido en un silencio sólo roto por el viento y la nieve. Están ocultos, tratando de evitar hacer ruido,hasta que uno de los cazadores, que hace las veces de jefe ordena el ataque, ya que observa distraído al animal, y es necesario derribarlo y hacerlo presa, ya que las provisiones escasean en la tribu. En la primera avanzadilla, se rompe la sorpresa y una lluvia de lanzas logra herir al mamut, que se defiende de los ataques barritando y devolviendo los golpes, hiriendo a unos, arrojando a otros que no resisten las embestidas de semejante mastodonte. Muy lejos de perder el valor, ésto empuja a los hombres con más determinación a acabar con él... Llenos de coraje emplean sus lanzas para que pierda la verticalidad, volviéndose la lucha cada vez más encarnizada. Nadie se rinde y todos combaten con una fiereza sin igual, que hace que el mamut caiga agotado, tras horas de hostigamiento, acoso y asedio, algo que no ha salido barato, pues tras de sí queda un rojo reguero de sangre y muerte, que se va oscureciendo cuando el Sol desaparece y deja paso a una aterradora, oscura y gélida noche, que no les impide regresar al poblado, aunque no todos los vivos lo hacen... Uno de los cazadores no puede seguir el ritmo, agotado por la encarnizada lucha, las horas sin comer, y afectado por las bajísimas temperaturas, que le hacen refugiarse en una cueva tenebrosa y aterradora, para protegerse de aquel temporal. Asustado grita, y el eco le devuelve su alarido, pero él no lo sabe, y se adentra en las profundidades de la caverna, buscando a su otro interlocutor, que no es más que el eco... El miedo empezaba a apoderarse de él, pues la soledad empezaba a caminar a su lado, y era su única compañía. Ni siquiera los animales paseaban por el interior... La falta de luz aumentaba el pavor de aquel valiente hombre que seguía su instinto, adentrándose en las profundidades, guiado por un instinto que no interpretaba en medio de una umbría que aumentaba a medida que caminaba, y que dejaba un silencio cada vez más desolador, sólo interrumpido por el sonido de unos pies descalzos. Aquella oscuridad cegadora se transformó en una luz, también cegadora, imposible de comprender para alguien que no era racional en esos momentos y que seguía ciego, aunque poco a poco su vista iba volviéndose más nítida, llegando a ver una enorme sala llena de ordenadores, luces, cables que emitían unos ruidos desconocidos e ininteligibles para alguien tan primitivo. Lleno de curiosidad, el hombre tocó una bombilla encendida y se quemó, por lo que su reacción lógica fue golpear aquellas cosas, que le devolvieron el ataque con unos agudísimos sonidos, que le dejarían inconsciente, aunque no le matarían. Cuando volvió en sí estaba sentado en lo que, siglos más tarde, cuando la palabra se hubiese inventado, se llamaría trono. Sus manos estaban sobre los reposabrazos, atadas por unos guanteletes de metal, al igual que sus piernas, sujetas en los laterales, inmovilizándole y quitándole la posibilidad de zafarse de aquella trampa. Una descarga volvió a dejarle sin sentido por segunda vez en poco tiempo, aunque despertaría liberado de aquellos yugos que le oprimían y le robaban la movilidad. Delante suyo tenía una mesa con un un casco encima, que de haber sabido qué era, se hubiese puesto en la cabeza, aunque no sucedió así, ya que el ser humano era una especie nueva y todo resultaban nuevos descubrimientos para él. De todas formas, la lógica le decía que eso era para cubrirse la cabeza, aunque lo desconocía, y así actuó, sintiendo cómo aquella protección le proyectaba en su interior con mil imágenes y sonidos, en un bombardeo incesante y masivo, que le haría entrar en un estado cataléptico, del cual despertaría definiendo los pensamientos, y relajándose toda aquella tensión que le dejaría en una calma nunca experimentada, durante la cual cerró los ojos para quitarse el casco y mirarse en un espejo, observando sus facciones y su rostro cubierto por una espesa y frondosa barba, que empezaría a rasurar con una piedra afilada en forma de cuchillo, con un tremendo dolor al hacerlo sin mojarse la cara. Volvió a mirarse y se gustó, lo cual le animó a caminar por la sala, observando cada detalle, como si no quisiese perder detalle de cuanto había allí, sin darse cuenta de que empezaba a tomar consciencia de sí mismo. Había empezado a darse cuenta de que era un ser humano, varón, de una edad adulta indeterminada que parecía ser algo trivial en aquellos momentos en los que empezaba a tener pensamientos sobre sí mismo y sobre su entorno. Pasando la vista por el habitáculo, comprobó que había una cabida, a la que se dirigió sin dudarlo un segundo, donde entró y apretó un botón, seguro de lo que tenía que hacer, sin saber por qué. Sintió cómo se desintegraba y empezaba a viajar por el espacio y el tiempo. Aquello no le gustaba. ¿Hacia dónde iría?...

A José Miguel, creador de la historia.

viernes, 18 de enero de 2008

18 en menos de un mes

Hoy han vuelto a morir dos mujeres a manos de sus parejas. Una de ellas sido asesinada junto a su hijo. Cada vez que me siento a escribir sobre este tema mi humor cambia y se vuelve agrio, mientras que mi alma se llena de incomprensión, más desde que a una amiga le pegó el marido. Estoy cansado, ahíto de estos machos de galería, cobardes ocultos, que demuestran una corrección y una normalidad que nada tiene que ver con su verdadera personalidad. Son tantos los artículos que he escrito, que mis palabras suenan repetitivas, pero no faltas de rechazo a la violencia de género. Hoy he escuchado la expresión terrorismo doméstico, y estoy de acuerdo. Estos machos, que no hombres, son terroristas faltos de valor y gallardía, pues lo único que saben y desean es aterrorizar a su pareja, para así someterla y robarle la voluntad. Dejemos de ver a los maltratadores como personas normales y corrientes, pues no es más que una fachada. Prestemos más atención a las mujeres que son víctimas, y dejemos de tolerar las expresiones de posesión, amén de luchar contra la manipulación del maltratador. No quiero escribir más artículos, posts, columnas o cartas al director por culpa de esta lacra llamada violencia de género, aunque mi obligación sea lo contrario.... Ya está bien. Ya está bien...

jueves, 17 de enero de 2008

Aniversario desapercibido


Se cumplen 50 años de la creación de Los Pitufos, una de las series de mi infancia, y sólo ha sido nombrado de pasada en un noticiario... Me parece triste la poca repercusión de unos personajes literarios, que después fueron convertidos en dibujos animados. Desde estas líneas, me uno al homenaje y les deseo un feliz cumpleaños.

El cómic que no existe


Hace cerca de un año, pasé por una conocida tienda de cómics para tratar de hacerme con un ejemplar que hablase de la muerte del Capitán América, pero no sólo no pude adquirirlo, sino que el dependiente me negó la existencia de dicha publicación, lo cual levantó mi indignación que reflejé en mi otro blog, pues la noticia acaparó todos los medios de comunicación. Bien. Hoy tengo en mi poder dicho ejemplar, en su edición española, pues el norteamericano alcanzó un precio tan astronómico que ni puedo, ni deseo pagar. Me entran ganas de visitar a aquel dependiente, para enseñarle dicho tebeo, pues me sentí muy mal tratado como cliente y persona. podría haber buscado la portada en Internet, pero he preferido escanear mi ejemplar para ilustrar el post de hoy...

Gala suspendida

Tras la polémica suscitada por la filtración para la propuesta del Himno de España, el COE ha decidido dar marcha atrás y cancelar la gala de la presentación de dicha composición, alegando falta de consenso. En una manipulación mediática fallida, las encuestas sólo daban opciones favorables, sin recoger el vacío de las palabras plasmadas o el descontento por dicha propuesta, mientras que la clase política es unánime, opinando que no nos representa, amén del deporte y la ciudadanía. Lejos de unir, lo único que ha hecho ha sido crear más conflicto y poner de forma manifiesta posturas enfrentadas. No es pequeño el número de aquellos y aquellas que hemos dicho un NO rotundo a la propuesta, adhiriéndonos al manifiesto creado por los Pezones Blancos, y he de decir que me siento orgulloso de ver cómo retornamos al Chunda-chunda o nanino. Infructuosos han sido los intentos mediáticos de convencernos de que esa propuesta era válida. A pocas personas ha convencido, y ahora tratan de rectificar su error, poniéndose en contra, argumentando que será el Himno de Paulino, que no el de España. Pocas veces he visto tanta hipocresía mediática manifiesta, y esta es una de ellas.

miércoles, 16 de enero de 2008

Voces discordantes

Hablar del canon digital impuesto por la SGAE es hablar de la voz de la calle, de los consumidores, cansados de ser tratados como delincuentes en un por si acaso se piratea. No son pocas las opiniones contrarias a dicho impuesto que va a parar a manos de una asociación privada, en cuyos estatutos no figura el ánimo de lucro. Si bien esta situación es normal entre la ciudadanía de a pie, no lo es tanto entre los propios miembros componentes, que empiezan a ser voces discordantes. Curioso, ¿verdad? Esta oposición al gravamen impuesto, hasta en los autobuses, debería hacer reflexionar a dicha sociedad de gestión de derechos, replantear su política recaudatoria, que sólo busca perjudicar al consumidor y robarle la presunción de inocencia, amén de denunciarlo si su opinión es contraria y manifestada públicamente, algo que en democracia es impensable.

lunes, 14 de enero de 2008

¿Crisis? ¿Qué crisis?

Acabo de leer en un periódico que los artículos de lujo no han dejado de venderse. Al contrario. Sus ventas no sólo no han caído, sino que han aumentado vertiginosamente, lo cual no me sorprende, pues de todos es sabido lo alejadas que están las clases altas del resto de los mortales, esos que estiramos nuestros ínfimos sueldos o mínimas pensiones para llegar a final de mes, si lo conseguimos, soportando cuestas de enero, navidades hipermegaconsumistas o vueltas al cole, tras pagar más del 50% de nuestra nómina o paga estatal en alquileres o hipotecas. Resulta irónico e hilarante recomendar que se consuma menos energía o recursos, o decir que todo está muy caro, cuando se gastan o despilfarran miles de euros en un bolígrafo, unos zapatos o cualquier otro adorno prescindible. A los consumidores de estos artículos no les importa si al resto de los mortales les sobra dinero para comer, tras el pago de la vivienda, ni que a veces se convierta en el único tema de conversación entre la gente. No. A ellos no, que viven en la abundancia, ya que ellos no conocerán la realidad, salvo por las mentiras estadísticas, y osarán recriminarnos cualquier gasto extra que haremos por habérnoslo ganado a pulso, echando horas extras, o trabajando más horas que un reloj, sin entender que a veces ese capricho es una necesidad... No entiendo cómo se puede llamar a la moderación, si existe tal despilfarro. No entiendo cómo se pueden gastar más de 30 euros en dos cafés, por muy lujoso y elitista que sea el lugar donde lo sirven. Y sobre todo, no entiendo por qué se pide moderación al trabajador, y no al verdadero despilfarrador.

domingo, 13 de enero de 2008

Juego mortal

La fiesta de reencuentro, organizada para la noche de Halloween había terminado para mí, entre risas, y carcajadas varias, por lo que me dirigía a casa, para descansar... A las 5 de la mañana, el cementerio estaba abierto, algo raro, pues no es de estos que abren las 24 horas. Como me pillaba de camino, me decidí adentrar entre sus muros, para meditar un poco, pues el alcohol a veces me incita a la meditación. Escuchando la soledad de los que allí duermen y el silencio de la noche, me sentí perseguido y hostigado, lo cual pude comprobar al girarme y ver a un grupo de zombies dirigirse hacia mí, a toda prisa. Nada tenían que ver con aquellos muertos vivientes de las películas de serie B que tanto me gustan, por malas que sean, así que salí corriendo entre los pasillos del camposanto, tratando de escapar de una muerte segura si allí me quedaba. Encontré un hueco y allí me introduje, mientras trataba de recuperar fuerzas y esperaba a que mis perseguidores desapareciesen. No sabía si era mejor seguir corriendo, o estar en aquel hueco húmedo, maloliente y lleno de moho. Las cosas pintaban muy feas para mí y para mi integridad física, por lo que trataba de respirar en silencio en aquel pequeño lugar. Me dispuse a salir, lenta y sigilosamente, tratando de evitar ser localizado, pero fallé en el intento, y volví a correr, sintiendo cómo se aproximaban hacia mí aquellos muertos vivientes, que no iban tan lentos como los clásicos. Cuánto los hubiese agradecido. De todas las partes venían a por mí, y mi miedo era palpable, casi físico. Delante de mí, una cuerda que parecía provenir del cielo. No me lo pensé dos veces y subí por ella como pude, pues nunca conseguía llegar al final en los ejercicios de Educación Física, a la vez que pensaba que la cosa no podía ir a peor. Al final de aquella ayuda llegué a una extensa llanura de inmensas dimensiones, donde la vista se perdía en el horizonte e invitaba a caminar relajando y tranquilizando, lo cual no duró mucho, pues de repente sentí un golpe en la cabeza que me hizo perder la verticalidad y besar el suelo. A lo lejos vi cómo un jinete me derribaba con una maza y sentí un gran jaleo a mis espaldas. Volví a girarme para comprobar que cuatro soldados se dirigían hacia mí, montados en fantásticos corceles, que harían que siguiese huyendo hacia ninguna parte, luchando por seguir vivo, pero con pasos torpes y descoordinados, ya que no es nada agradable sentirte perseguido por cuatro soldados a caballo, a los que se unen unos cazadores con sus perros. Aún así corría. Corría por vivir, por ponerme a salvo de todo y preguntándome dónde estaba la cuerda de marras. La rareza de la noche y el cansancio empezaban a hacer mella en mí y necesitaba echarme a dormir. Casi no me doy cuenta de que allí se encontraba. La soga que me salvó la vida anteriormente volvía a emerger de la nada.
-A buenas horas llegas-dije sarcástico, mientras me elevaba sin tener que trepar, observando a los perros saltar para darme caza. El paisaje que allí me esperaba parecía el cementerio, salvo por las lápidas, estatuas u otros detalles que recordasen una necrópolis. Decidí tomarme aquella noche con filosofía y humor, mientras andaba, estallando en un ataque de risa causado por el surrealismo y la ridiculez de aquella noche de difuntos. A mitad de camino me encontré con una daga y una estrella que recogí y metí en un bolso salido de la nada, sin detenerme, salvo para observar mi nueva imagen, parecida a la de un noble con cota de malla, de esos de los libros de fantasía, capa y espada, pero no me sorprendió, ya que a esas alturas de la noche nada podía hacerlo, tras lo vivido anteriormente. Aún así quedé absorto en aquella imagen proyectada en el río, interrumpida por un gélido aliento en mi nuca, que me hizo volverme lentamente para ver a una atractiva vampiresa, con la boca abierta y una mirada cautivadora y seductora, que me llevaba hacia ella, sin que opusiese resistencia, pero dándome la visión de lo que era aquella extraña noche. Se trataba de un videojuego y huir no era la mejor opción, por lo que decidí tomar la otra alternativa: luchar y enfrentarme a ella. En una pelea a muerte, con varias llaves de kung fu, conseguí no perder la daga y clavársela en el corazón, revolviéndose con un agónico grito y explotando, no dejando testimonio ni huella de su existencia, salvo por el fétido olor desprendido de la explosión. Tras esto, vi llegar más zombies, vampiros, bichos y demás escoria me iba cercando y atacando al unísono, mientras yo me defendía como podía, aunque no era suficiente y caí al suelo, desfallecido, notando cómo se me iba la vida, a lo que reaccioné acordándome de la estrella, que podría ser una poción de energía o una vida extra, por lo que la metí en la boca y me la comí, notando cómo las fuerzas regresaban a mí haciéndome sentir como el ave fénix que renace de sus cenizas. Con muchísima fuerza luché por salir de allí, abriéndome paso entre tanto monstruo y bicho raro, a golpe de daga y puño, estampando mis puñetazos con una furia antes desconocida para mí, logrando la recompensa anhelada: la libertad y salir de aquel horror, con el cuerpo totalmente magullado y dolorido. En aquellos momentos nada importaba, por lo que me levanté cuando parecía encontrarme mejor y algo recuperado. Ya no me esperaba la cuerda cuando apareció. No recuerdo si subí por ella o tiró de mí para aparecer en mi habitación, en la cual caí rendido en la cama, levantándome dos días después con una resaca que me duró otros dos más, que se fue con una ducha y un afeitado. Como eran mis vacaciones y no tenía que trabajar, salí a dar un paseo, para despejarme de tanta cosa rara y experiencia extraña. Me sorprendió ver que todo era igual, que nada había cambiado, y seguí con mi camino, deteniéndome en aquel salón de juegos al que solía asistir tan a menudo. Allí estaban mis compañeros de fiesta, jugando al billar, pero yo no me uní a la partida, pues me fijé en una nueva máquina de arcade con un argumento que me resultaba familiar. Me acerqué, la mire, observando cómo se oscurecía la pantalla, a la vez que iba apareciendo una pregunta:
-¿Qué tal te lo pasaste anoche, amigo mío?....