miércoles, 16 de junio de 2010

Pretérito imperfecto

Apenas ha transcurrido una semana desde que desayuné con un buen amigo mío, de esos que nunca sobran y siempre son necesarios por su escasez, momento en el cual aprovechamos para hablar de todo y de nada, de temas tan profundos como insondables abismos y a su vez triviales y superficiales, tanto que parecíamos dos metrofashions divinos de la muerte planeando una fiesta hipermegaguay. Mientras repasábamos y recordábamos los momentos vividos y compartidos, nos dimos cuenta que no regresarían jamás, y que no debían hacerlo, ya que ocuparían un lugar que no les corresponde fuera de la memoria, ya que eran únicos, irrepetibles, y eso los hacía especiales estando muy fuera de lugar en el espacio y el tiempo, pues el ahora debía ser ocupado por otros instantes con la misma intensidad que los pretéritos. Fui consciente que estábamos evolucionando, que no nos habíamos quedado en aquellos veintipocos años, y que guardar la esencia de nuestro frikismo no nos restaba madurez, porque sabemos perfectamente la diferencia entre realidad y fantasía, lejos de fanatismos varios. Noté que, si bien no nos habíamos envejecido, nos habíamos hecho mayores, y que la juventud ya era un recuerdo de un tiempo pasado, que parecía lejano, pero no tanto. Habíamos crecido, pero no nos habíamos vuelto viejos...

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