El ruido y el bullicio del saloon se paró de golpe cuando entró por primera vez a tomar un whiskey doble. Acababa de llegar a Oregón, y allí no les gustaban los forasteros, y menos si preguntaban demasiado. Sin inmutarse miró a todas y cada una de las personas que allí dentro se encontraban reunidas, y se dirigió directo a la barra, donde se apoyó y pidió alquel licor, agua de fuego como era conocido por los nativos. La situación era tan tensa que se podría atravesar con un cuchillo, y las miradas que se posaban sobre Liberty Crane podían tocarle. Sabía que no era bienvenido, pero estaba allí para sustituir al ayudante del sheriff, pues su predecesor había sido asesinado por el Billy el Desalmado, el forajido más buscado en aquél lado del río Pecos. Sus harapientos ropajes, y sus botas no ayudaban demasiado. Oculto debajo de su sombrero, su barba poblaba su cara, y eso le hacía dar más sensación de su dureza. Liberty Crane no era famoso ni conocido por su amabilidad. No creía necesario que tuviese que ser agradable con nadie para conseguir las cosas, pues las conseguía y punto, ya que se bastaba de sí mismo para todo. Así se mantuvo sorbiendo poco a poco el whiskey hasta que lo terminó, y pagó los 10 centavos que costaba. Sin despedirse, salió tal como había entrado. Tenía una cita importante con el sheriff del condado.
Sirva este relato como homenaje a aquellos escritores que tanto leí durante mi adolescencia.
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