domingo, 27 de abril de 2008

Relato de la semana: Miedo al desarrollo personal (Segunda parte)

Al mando de la cápsula de emergencia ella llevaba los mandos y el control, en una huida del planeta que tan sólo duraría segundos antes de regresar al espacio exterior. No era la primera vez que solicitaba a la computadora de a bordo las coordenadas de la nodriza de la que había escapado. Tan sólo les separaba una corta distancia, recorrida en apenas unas horas, que transcurrían rápidas con amenas charlas. Una vez cerca de la nave nodriza, un rayo magnético les haría entrar a la bodega, donde un grupo de soldados les recibirían bajo los disparos de los rayos láser. Un campo de energía les protegía de ese primer ataque, aunque por un breve espacio de tiempo que aprovecharon para esconderse entre dos naves repletas de armamento, bombas y granadas que ella recogería y usaría para bombardear a sus atacantes, cuyas vísceras no eran tales, sino una mezcla entre metal oxidado y carne putrefacta recubiertos de sangre. El olor a plástico quemado y la carne ardiendo se sumaban al decorado tétrico y sombrío de las bodegas de carga. El número de androides disminuía por los disparos efectuados cuando él se dirigió, sin armas, a ellos, desprendiendo una gran energía, carente de todo sentimiento de miedo. Levantó un brazo. Destruyó a uno sin parpadear. otro se acercó a él y sufrió la misma suerte, repitiendo una y otra vez esas descargas de energía hasta que ya no quedaron humanoides. Una voz femenina lo llamó para comunicarle que había reprogramado la computadora central y que los otros prisioneros estaban a salvo. Aún así había que huir, ya que la nave tenía una secuencia de autodestrucción en segundos. Rescataron a todos los prisioneros, y huyeron en las cápsulas de salvación, destinadas para la evacuación en situaciones de emergencia. En esos momentos no importaban los ordenadores cerebrales que tenían los científicos. Tan sólo importaba huir, y lo consiguieron, dejando una explosión de vació una vez abandonada la nave nodriza.

A Nuria y Álvaro, por tantos años de amistad.

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