domingo, 17 de febrero de 2008

Relato de la semana: Legiones demoníacas

Otra época, otro mundo...
Dos bandos en una contienda donde se respira la tensión... Los caballos relinchan en medio de un pesado e incómodo silencio, pues miles de soldados esperan la orden de ataque. Todos temen, todos son valientes que luchan por algo en lo qué creen. Todos defienden sus ideales, y han sido entrenados durante años para este momento. El viento levanta la arena ante un sol de justicia, que es notado bajo las metálica armaduras que en su interior son habitadas por seres humanos que sienten, lloran, ríen y creen en algo que han aprendido a valorar y mantener.
En primera línea del ejército, un hombre muy concentrado. Observando el otro bando... Monta en un caballo vestido con barda que representa sus colores heráldicos. Su yelmo está levantado y es coronado por un dragón. Su rostro no refleja odio, sino concentración. Es muy consciente de a qué se enfrenta. Vio morir a su padre a manos del enemigo que hoy tiene frente a sí: demonios y criaturas regresadas de sus tumbas. Sabe que entre ellas se encuentra su padre, lo que le hace dudar de sí mismo, pero también sabe que puede ser el cuerpo de su padre, pero no su espíritu: está poseído. Pide a los Dioses de la Guerra fe y fortaleza, mientras sus pensamientos son interrumpidos por su hermano, un poderoso mago al que todos admiran por su bondad.
-Vamos a atacar-aconseja-. Siempre te pasa lo mismo al entrar en batalla.
-Esta vez es diferente-responde el caballero-. Me siento responsable de todos y cada uno de estos hombres. Recuerda qué pasó cuando nuestro padre llegó al castillo, en un carro, sin vida, tirado por bueyes. Pienso en las familias de estos hombres en sus padres, en sus hijos, en sus esposas...
-Mi magia nos protegerá. Confía en mí.
-Tu magia... Ellos son magia. Mira allí. Podrás distinguir nuestro emblema, por muy desgarrado y sucio que esté. ¿No ves que nos enfrentamos a nuestro padre?.
-No es nuestro padre-responde el mago-. Es su cuerpo, pero debes recordar que su espíritu no habita ya en él. Descansa con nuestros antepasados al lado de los dioses. Tus hombres esperan. Guy de Brionne.
-Está bien. Que los dioses nos sean favorables. Encanta las flechas porque empezamos el ataque. Que los portaestandartes levanten la bandera de arqueros. Que los músicos ordenen el ataque.
El silencio es roto por el sonido de un cuerno y un grito que ordena el ataque de las tropas de a pie.
Franklin de Brionne, mago, pronuncia un hechizo, y las flechas son transformadas en dragones de color dorado que escupen hielo y fuego al mismo tiempo... Esqueletos, zombies y vampiros van siendo aniquilados en algo que parece ilógico... su permanencia ante la luz del sol. Las infernales huestes avanzan a la vez que los hombres de Guy de Brionne se mantienen sin variar la formación. Esperaban a sus enemigos... Sin moverse... Querían atemorizarlos, aunque era casi imposible... Sabían cuál era su deber. Su obligación. Era necesario parar aquella fétida y aterradora horda... La infantería, armada con espadas, alabardas y hachas, estaba dispuesta a sacrificarse. Los gritos de ánimo se mezclaban con los gritos de guerra, haciendo imperceptible la música que de los cuernos salía... Cientos de fornidos jóvenes salían al encuentro de aterradores regimientos de esqueletos armados con oxidadas espadas y jirones de armaduras, vestigios de lo que un día fueron valerosos caballeros. La piedad y el miedo eran sentimientos desterrados o reemplazados por el odio y la furia. A pesar de su juventud, aquellos soldados contaban con la experiencia de los durísimos entrenamientos diarios. Ya no les importaba morir. Ya no importaba nada... Lo único que importaba era frenar el ataque demoníaco.
Montados en hipogrifos que atacaban desde el aire, varios caballeros ayudaban a los soldados a lo que, por momentos, se convertía en una carnicería. Pero no había tiempo para lamentaciones. Era necesario luchar. Estaban allí para ello, cuando empezó a suceder lo inevitable. Por muy poderosa que sea la magia humana, el averno es magia en sí, y nada pueden hacer unos simples chicos que están en el frente, en la tierra de nadie. Las bajas iban aumentando vertiginosamente... La sangre corría como si fuese un río rojo... Las espadas chocaban unas atacantes, unas defensivas... Los hombres gritaban a cada golpe, llenos de coraje y furia muchos de ellos tenían el dilema que Guy de Brionne tanto temía... Se enfrentaban a los cuerpos de sus hermanos, padres o hijos. Muchos se dejaban asesinar por títeres sin vida, manejados por un brujo que servía a la Oscuridad. La infantería de Brionne estaba siendo masacrada y mermada, por lo que el Señor de aquel territorio, furioso, encabezó a los mejores nobles de su reino, todos ellos montados en increíbles corceles, donde dejaban ver sus colores familiares y personales. Antes de lanzarse a lo qué parecía una muerte segura, ordenó que las máquinas de guerra lanzasen unas salvas, para ir ganando terreno. Sabía que morirían parte de sus hombres pero decidió que les lloraría cuando la batalla llegase a su fin...
-Hermano-ordenó-. Que una de esas salvas ataque al Gran General Demoníaco.Así le destruiremos.
-He de acercarme-respondía el mago-. No puedo hacer nada si no le tengo frente a mí.
-Camúflate entre la caballería... Es muy arriesgado, pero será efectivo.
Franklin de Brionne conjuró un hechizo de invisibilidad e incorporeidad. Era imposible que los demonios les localizasen. Un regimiento de treinta caballeros armados con lanzas y escudos serían la guardia personal de aquéllos hombres.
Mientras avanzaban entre tanta muerte y dolor, Guy de Brionne pensaba en un mundo en paz, lleno de respeto, donde el bien y el mal conviviesen en armonía. Sumido en sus pensamientos, empezó a distinguir una terrorífica visión: Un ser de gigantescas dimensiones, con una gastada y oxidada armadura montaba el cadáver de un famoso dragón al que su hermano dio muerte años atras. Era la impresión que aquello inspiraba, que las náuseas le delataron. Un rugido precedido de un aliento de fuego carbonizaría a cinco de los acompañantes de los Brionne.El mago no tenía elección. Debía acabar con aquello enseguida. Cogió su espada con ambas manos y saltó hacia aquella criatura. De un solo golpe, la decapitó, mientras soltaba una mano para, así, poder lanzar un conjuro que desintegrase la cadavérica cabeza de dragón. El monstruo cayó de pie, mientras su montura se hacía polvo. Una sonrisa salió de sus cadavéricos y putrefactos labios. Sabía que tenía a su merced a Franklin de Brionne, y podría acabar con él cuando le placiese... Éste lo sabía, y cayo, volviendo a agarrar la espada con ambas manos, dispuesto a asestar el golpe definitivo, jugándoselo todo, incluso la vida. Era un riesgo que estaba dispuesto a correr, si eso significaba acabar con la amenaza... Y sucedió lo qué temía... Unas garras salieron de la espalda del demonio y le partieron por la mitad, justo en el momento que llegaba su hermano para unir sus fuerzas. Un ensordecedor grito recorrió todo el campo de batalla, deteniendo ambos bandos durante unos segundos. Una gran furia se apoderó de Guy de Brionne.Con su gran mandoble, sujeto a una sola mano, y en la otra el escudo que mostraba sus emblemas, corrió en busca del demonio, mientras éste gritaba:
-Conozco el poder de Astaroth.El próximo eres tú, Guy de Brionne, hijo de Martin de Brionne, nieto de George de Brionne... Haré con todos lo de tu estirpe lo mismo. ¡Correrás la misma suerte!. Y tus hijos, y los hijos de tus hijos... ¡Por siempre, hasta que muera el último de tu saga!.
Guy llegó a aquel poderoso ser, cuyo nombre no quieren pronunciar los cronistas asestó un fatal golpe que le arrancaría los dos brazos. No pararía y volvería a levantar el gran peso que su espada poseía, forjada en un acero desconocido y resistente, continuando con su ataque. La rabia le hacía alguien sobrehumano, mientras el demonio reía de forma descontrolada.
-¿De qué te ríes, maldito?
-No puedes matarme. ¿Olvidas que soy un demonio?
-Entonces prueba esto-dijo, mientras sacaba un bote que rociaría sobre su enemigo, quien gritaría tanto o más que Franklin de Brionne al ser despedazado.
Algo tan simple y tan poderoso como el agua bendita estaba destrozando al mal mismo. La creencia en los dioses del bien y en el cristianismo, les hacía vencer. El habitante de los Infiernos se iba desintegrando, y junto a él las legiones de zombies y esqueletos.
En ese momento, Guy de Brionne soltó el mandoble, se quitó el yelmo y miró al suelo. Un trozo de su hermano yacía, tumbado boca abajo. Lo agarró y se hincó de rodillas. Un mar de lágrimas inundó sus ojos. Un grito volvió a surgir de lo más profundo de su alma... Era el tiempo de ser consciente de sus actos. De llorar a los muertos, de recapacitar y volverse a preguntar el sentido de las guerras entre hombres... De que su conciencia le pasase factura y le hiciese reflexionar sobre la decisión de entrar en batalla y las funestas consecuencias. Era el momento de sentir el dolor de todos y cada uno de los hombres que allí habían muerto, de sus familias... Y se preguntaba:
-¿Algún día parará esto?.¿Algún día viviremos en paz, armonía y equilibrio?.
Y así pasaron las horas, los días, en recuerdo de seres inocentes que se vieron obligados a combatir...

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