sábado, 28 de febrero de 2009

Atardecer de los zombies

La ciudad seguía asolada. Era imposible salir en cuanto se ponía el sol, ya que ejércitos de zombies nos perseguían allá donde fuésemos. Recuerdo como si fuese ayer el momento en el cual empezó todo aquello. Recuerdo que se lo advertía a mi compañero de laboratorio, pero no, no me hizo nunca caso. Era un científico que creía en el mas allá, y le gustaba estudiar los restos de ectoplasmas para sus experimentos. Pero en aquella ocasión fue demasiado lejos. Decidió jugar a ser Dios, a experimentar con él mismo, inyectándose un fluido que contenía tales restos. Yo llegué al laboratorio, como cada mañana, extrañándome que estuviese abierto y todo revuelto, sin que sonase ningún tipo de alarma. Pasé con mucha cautela, y allí estaba mi compañero, tirado en el suelo, inconsciente, con la tez pálida, de un color verde grisáceo, podrido, y apestando como tal. Inmóvil. Sus constantes vitales parecían haber desaparecido. Me acerqué a tratar de reanimarle, aunque dudaba que pudiese, ya que parecía estar más que muerto. Lentamente me arrodillé ante él, y entonces su mano me agarró el antebrazo con fuerza, mirándome con la cara desencajada y gimiendo lentamente... Le pegué una patada en el pecho, y sólo conseguí desprenderle de su mano, que aprisionaba mi antebrazo. Ahí salí corriendo, sin parar. Era una carrera por mi supervivencia. Y así llevo tres años, huyendo del atardecer de los zombies...

4 comentarios:

  1. Y ven la televisión y luego intentan convencerte de que eso es la realidad. Terrorífico, lo sé.

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  2. Huy!! Ciber...

    No se que decirte porque yo llevo medio siglo huyendo de ellos y les sigo viendo por todas partes.

    pero sobrevivo.

    Un abrazo

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  3. Aquella tarde encontre al doctor, encongido por el frio en aquel oscuro agujero, sus ojos me miraron desencajados y en un abrir y cerrar de ojos me vi encañonado por una fria recortada de dos cañones, salte hacia un lado justo cuando la detonación retumbó en toda mi sesera. Chillando, que se estuviese quieto, e intentando que se diera cuenta de que estaba aun vivo, que no era uno de los otros. El doctor salió despacio, guardando las distancias, con el arma por delante, yo mientras con las manos en alto y mas acojonado que si tuviera enfrente a uno de esos putridos seres, le decia que se tranquilizara.
    Después de que la situacion se calmara, el doctor se disculpó, y me siguió al refugio donde los que habiamos sobrevivido a la oleada de muerte nos escondiamos. Pronto llegariamos lo que desde ahora seria su nuevo hogar.

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  4. Mientras no se coman la Tierra, dezaragoza...
    Un abrazo.

    A ver, que es el relato de la semana, genettica...
    Besos.

    A ver cómo remata la partida, Jass...
    Un abrazo.

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