viernes, 30 de mayo de 2008

La embriaguez del poder y la fama

En estos días, estoy asistiendo a las más vergonzosas acuaciones por parte de varias personas conocidas en diferentes ámbitos. Por una parte, está el locutor Federico Jiménez-Losantos, locutor que trabaja en la COPE, y cuya experta verborrea es empleada para proferir los peores insultos y acusaciones a quién no es de su agrado. Un perodista, licenciado con una tesina sobresaliente que ha olvidado que la opinión es una cosa, y la información otra, que jamás deben mezclarse. Acostumbrado a que nadie le levante la voz, se ha topado con alguien que sí lo ha hecho. A mí no corresponde hacer valoraciones sobre el caso, pues no entiendo de esas cosas, ni soy periodista o analista político.

En otro orden de cosas, está la famosa bióloga Ana García Obregón, alguien a quien respetaba y admiraba, hasta que ví capaz de ordenar una paliza a un informador, con opiniones cargadas de homofobia y otros odios. Resulta sorprendente la impunidad con la que estos personajes y personas son capaces de actuar, creyéndose por encima del bien y del mal, pues esa popularidad, fama y falta de anonimato les repercute pingües beneficios económicos que les permite pagar excelentes abogados y abogadas para su defensa, mientras el resto de la sociedad, anónima, asiste atónita a las tonterías y caprichos que los propietarios de los medios quieren programar, para distraer la atención de otras cosas más importantes, como la crisis económica, o el gesto humano de Francisco Hernando, más conocido como Paco el Pocero, que ha prestado uno de sus aviones privados para trasladar a una joven que permanece aislada porque cualquier contacto con el exterior puede suponer su muerte, a causa de una alergia ocasionada por la manipulación de productos químicos. Y eso no lo nombran ni los buscadores. Es lo que digo siempre. Hace falta humanidad y respeto.

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