Tuve ayer el placer y el honor de coincidir con mi antigua profesora de Lengua y Literatura durante mi etapa del Bachiller, que quedó inconcluso por motivos ajenos y que en otro momento relataré. Recordando aquellos instantes pasados, la que fue mi mentora a principios de la década de 1990, me dio detalles sobre mi formación, olvidados o sepultados en mi mente por otros recuerdos aglutinados en mi mente, pero no en mi alma, donde radica y se queda lo importante. Sentados en el autobús, volvía a recibir una clase de Literatura, sin libros, exenta de apuntes y teorías sobre el lenguaje, pero de aquellas que yo denomino y catalogo como magistral.
No obstante, al preguntarle el número de alumnos que habían elegido la Literatura como profesión, me respondió que tan sólo dos escritores habían salido tras mi abandono del Instituto, pues el resto tan sólo pensaba en carreras técnicas, de ciencias o ingenierías, el lugar donde se encuentran los grandes sueldos y el capitalismo más salvaje. Echábamos de menos a estudiantes de Humanidades, bohemios que supiesen dar color a esta gris sociedad de gentes y no personas. Añorábamos, añoro a quiénes les importaba más realizarse interiormente, ser felices y no un puñado de euros. Cuando tan necesarias son las Filosofía, La Literatura, las Bellas Artes o cualquier otra Humanidad, la gran masa no sólo renuncia a ellas sino que las desprecia por el materialismo más despiadado. ¿Hacia dónde nos dirigimos?
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