El próximo tres de junio, la empresa de transporte Los Amarillos dejará de prestar servicios en la línea que cubría los trayectos entre Los Palacios y Villafranca y Sevilla, entre otras tantísimas. Por fin se terminan décadas de abusos, tácticas (presuntamente) mafiosas e incumplimientos de horarios. También se pone punto y final a la actitud chulesca y desafiante de la empresa, a la cual sólo le ha importado el importe de los billetes que los usuarios pagaban, aunque el servicio fuese pésimo y se echase de menos la limpieza y la higiene. Y es que, desde 1927, en Los Amarillos nunca se han hecho las cosas bien. El constante incumplimiento de los horarios y la falta de seriedad a la hora de prestar los servicios, se había convertido en una práctica habitual y era extraño que los autobuses saliesen a su hora. Es más, alguno de los chóferes decían sin pudor que era imposible que los horarios se cumpliesen, ya que la empresa no era el AVE(sic) y que era mejor hacerse a la idea de ello. Incluso se argumentaba que el transporte de viajeros era deficitario y que la empresa perdía dinero en algunas líneas, puesto que lo verdaderamente rentable eran las mercancías y paquetes. Cuando se rompió el contrato, la actitud de algunos de aquellos que estaban frente al volante llegó a ser hostil y desafiante. No sé si por orden de la empresa o por la presión constante de los usuarios que deseaban saber más o estaban cansados de la falta de formalidad, seriedad y compromiso de Los Amarillos. No ha sido extraño escuchar que la cosa podía ir a peor o que se iba a echar de menos a la actual empresa. Eso por no hablar de quienes negaban el libro de reclamaciones e impedían el derecho a protestar.
Personalmente, tengo una lucha contra Los Amarillos que viene de lejos. De mi época de estudiante de Artes Aplicadas, allá por mitad de la década de los 90 del siglo pasado. Siempre he querido un transporte público y de calidad, puesto que creo que es algo necesario en nuestra sociedad. Sin embargo, me topé de bruces con los primeros abusos que, al igual que otros usuarios, sufrí por parte de la empresa. No se trataba del incumplimiento de los horarios o viajar hacinados como sardinas en lata, que también. Se trataba de un conductor: Juan Pozo Bellver, cuyos modos dejaban mucho que desear, pues tenía una actitud extremadamente agresiva. Tanto con los viajeros como en la carretera. A los primeros los trataba a base de insultos y desprecio por el simple hecho de acudir a Sevilla a estudiar o trabajar, con comentarios que podrían suponer delitos de difamación. La primera vez que reclamé a la empresa el comportamiento de este señor, recibí su primera amenaza: Dale gracias a Dios que trabajo en Los Amarillos, que si no, te rajaba el pescuezo. Una amenaza que siguió a muchas otras hasta que, una vez jubilado, me agredió tras haberme dicho que una vez se jubilase ajustaríamos cuentas. En la carretera, su conducción era agresiva y temeraria. Y aún así, terminó su vida laboral en la empresa, de la cual salió con todos los honores. De nada sirvieron mis reclamaciones, porque me vi solo ante el peligro. A la empresa no le importaron las quejas constantes ni se molestaron en averiguar qué pasaba.
Han sido muchas décadas, casi un siglo de abusos, acoso y otros despropósitos que, a Dios gracias, concluyen en unos días. Sólo deseo que la nueva empresa, Damas, actúe con la seriedad y el respeto que merecen todos y cada uno de los habitantes de Los Palacios y Villafranca.
Personalmente, tengo una lucha contra Los Amarillos que viene de lejos. De mi época de estudiante de Artes Aplicadas, allá por mitad de la década de los 90 del siglo pasado. Siempre he querido un transporte público y de calidad, puesto que creo que es algo necesario en nuestra sociedad. Sin embargo, me topé de bruces con los primeros abusos que, al igual que otros usuarios, sufrí por parte de la empresa. No se trataba del incumplimiento de los horarios o viajar hacinados como sardinas en lata, que también. Se trataba de un conductor: Juan Pozo Bellver, cuyos modos dejaban mucho que desear, pues tenía una actitud extremadamente agresiva. Tanto con los viajeros como en la carretera. A los primeros los trataba a base de insultos y desprecio por el simple hecho de acudir a Sevilla a estudiar o trabajar, con comentarios que podrían suponer delitos de difamación. La primera vez que reclamé a la empresa el comportamiento de este señor, recibí su primera amenaza: Dale gracias a Dios que trabajo en Los Amarillos, que si no, te rajaba el pescuezo. Una amenaza que siguió a muchas otras hasta que, una vez jubilado, me agredió tras haberme dicho que una vez se jubilase ajustaríamos cuentas. En la carretera, su conducción era agresiva y temeraria. Y aún así, terminó su vida laboral en la empresa, de la cual salió con todos los honores. De nada sirvieron mis reclamaciones, porque me vi solo ante el peligro. A la empresa no le importaron las quejas constantes ni se molestaron en averiguar qué pasaba.
Han sido muchas décadas, casi un siglo de abusos, acoso y otros despropósitos que, a Dios gracias, concluyen en unos días. Sólo deseo que la nueva empresa, Damas, actúe con la seriedad y el respeto que merecen todos y cada uno de los habitantes de Los Palacios y Villafranca.