La última idea del equipo de gobierno del
Ayuntamiento de
Sevilla ha sido multar con sanciones de 90 euros a todo vehículo que permanezca en el centro de
Sevilla más de 45 minutos, siempre y cuando no sea residente, o atraviese el mismo por el interior. Alegan que es para evitar el impacto medioambiental y para fomentar el uso de transporte público. Esto último sería ideal de no ser por el paupérrimo servicio de autobuses urbanos que la capital hispalense, al igual que toda
Andalucía, padecen. Es decir, que a mí, que no soy residente en el Casco Antiguo de
Sevilla se me niega mi derecho a ir a comprar, o a visitar a un amigo si voy en coche. Podemos hablar de puntilla a la economía de sus comercios y aislamiento de habitantes, que no podrán recibir visitas, porque a unos cuantos señores que pueden ser definidos como
sevillaníssimos se les ha antojado reconstruir las murallas de la ciudad, en nombre de un progreso que no es sino un ideal reaccionario y
orwelliano, que nos introduce en la esencia de la novela
1984, pues se sabrá quién incumple dicha limitación de tiempo al ser controlados por cámaras de
videovigilancia. No sé a donde vamos a llegar con tanta norma absurda, con tanto
prohibicionismo de aquellos que pregonaban prohibido prohibir desde unas barricadas que cambiaron por mariscadas, porque se aburguesaron. Es triste que se vuelvan a levantar murallas, y que se haga gala de un falso progresismo que no es sino un
comportamiento dictatorial encubierto, en nombre de la defensa de las libertades.