La noche era mucho más inhóspita que el día en aquél pueblo de la Extremadura profunda, la de la agricultura, el campo y la ganadería, la del subdesarrollo, en plena Guerra Civil. Aún resonaba el eco de los disparos y los llantos de las madres que enterraban día a día a sus hijos en la contienda, de las viudas que perdían a sus maridos o de tantísimos huérfanos que dejó la sinrazón de la barbarie. Los odios pasados eran aprovechados por aquellos que tenían deudas sin resolver, y le sacaron a él, en medio de la silenciosa y tensa noche, de su casa, a la fuerza, sin preguntarle absolutamente nada, sin darle un motivo para defenderse o la oportunidad de un juicio justo. Sólo se escuchaba la consigna: Rojos al paredón. Era un miliciano, o eso decían, porque nunca se supo. Entre las encinas, en aquél descampado lo hicieron al alba, tras someterlo a humillaciones y torturas. Allí fue asesinado Marcos, del cual sólo se encontró su ropa, que sería devuelta a su madre al día siguiente de su desaparición. En honor y memoria a él, los demás miembros de la familia bautizarían con su nombre a uno de los nacidos, para evitar que el olvido se tragase su recuerdo, como una cuneta se tragó su cadáver, todavía no encontrado.
Inspirado en una historia familiar.
Desgraciadamente real. Goya ya lo expresó en sus dibujos "los horrores de la guerra". Da igual una guerra que otra que todas son iguales. Ójala no se repitiera nunca mas, pero mucho me temo que estas barbaridades van dentro de los genes de los seres humanos. Quizá en estos momentos y en algún sitio estén ocurriendo atrocidades semejantes.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo contigo, querida Sol. Para mí este relato no fue nada fácil de escribir. De hecho, todavía me resulta difícil tocar el tema en mi familia.
ResponderEliminarUn beso.