Zombies de verano

El silencio de aquella noche de verano sólo era interrumpido por el lejano ladrido de un perro, apenas imperceptible o molesto por ninguno de los vecinos del barrio. Transcurría un caluroso mes de julio, que obligaba a desprenderse de toda ropa, para regalar el sudor como molesto pijama que impedía conciliar el sueño. No recuerdo las veces que bajé al frigorífico a beber agua, pues no soportaba la sensación constante de sed con aquel calor eterno y continuo. Antes de regresar a mi habitación, me detuve en el baño, pensando en mis cosas e intentando dejarme atrapar por Oneiros, momento en el que fui interrumpido por algo que me sobresaltó y aceleró mi corazón. Una horrible figura demacrada trataba de romper la ventana que daba al interior de mi casa. En ropa interior salí corriendo y subí las escaleras, para encerrarme en mi habitación. En ese momento me sentí ridículo, recordando los monólogos que hablaban de la estupidez de encerrarse en los aposentos, en el piso de arriba. Pero yo no lo hacía por estupidez, sino para ganar tiempo y pensar en cómo defenderme de aquel ser. Examinaba mi habitación, para encontrar algo que le hiciese retroceder, lejos de aquellas tonterías hilarantes de las películas de los años 50. Entonces vi la réplica de sable láser que mi hermano me regaló por Navidad. Realmente no tenía ningún tipo de utilidad, pues sólo se trataba de eso, una réplica, pero sus luces y ruidos le harían retroceder, y es lo qué yo necesitaba, para salir corriendo de aquel zombie, que parecía sacado de la película El ejército de las Tinieblas o 28 días después...