Son muchas las tonterías que se hacen durante la adolescencia, la época en la que el descubrimiento empieza a mostrarse a todo el mundo, tenga o no preparación para el aprendizaje. Aquellos jóvenes querían conocer el ocultismo y los misterios que éste entraña de cualquier forma, por lo que decidieron visitar la biblioteca oculta de un castillo cercano. Aquel lugar tétrico y húmedo, contaba con la peor tradición legendaria de sangre y muerte que jamás se hubiese recordado. No era difícil escuchar o ver fenómenos extraños una vez se franqueaban las puertas del lugar. Aún así el valor o la temeridad les impedía volver atrás, y buscaron el libro que les serviría para su última travesura, planeada hasta el milímetro entre ellos y ellas. En el más sepulcral de los silencios buscaban algo, en aquella librería contenedora de los más extraños volúmenes, algunos piezas únicas. La caída de un libro les hizo gritar, pero no les amedrentó porque estaba decidido. La luz de una antorcha iluminaba los títulos de la biblioteca, y extrajeron el que les interesaba. Ya no urgía permanecer en el lugar, por lo que lo abandonaron con una celeridad contraria al tiempo empleado en la búsqueda de lo qué encontraron.
Pasaron las semanas, y todo seguía igual, como si esa noche no hubiese existido nunca, salvo en las pesadillas de ellas y los peores sueños de ellos. Eran 6, dos chicas y cuatro chicos conscientes del peligro que podían correr. Aquel día decidieron reunirse para realizar una sesión de espiritismo. El lugar elegido era una clase abandonada del instituto, que nadie usaba, en un día de celebraciones escolares. Entraron todos y todas, pero sólo cinco se sentaron a la mesa. Nadie sabía dónde estaba Eduardo, pese a haberlo visto ocupar la sala. Eduardo era un bromista agnóstico y ateo, que no creía en nada salvo en él mismo y sus íntimas partes, como le gustaba recalcar a todas horas. El silencio reinaba entre quiénes estaban en las sillas, en profundo silencio tan sólo interrumpido por las palabras de la invocación, dirigidas por aquel que hacía el papel de medium, que tuvo la genial idea de invocar a las fuerzas del infierno, y a uno de sus representantes, logrando que puertas y ventanas se moviesen a la vez, con un profundo grito que parecía salir de lo más profundo y oscuro del interior del averno, y haciendo que Eduardo se incorporase a la mesa, con la cara blanca como la pared y sin poder articular palabra. Todo aquel valor demostrado días antes no fue capaz de retenerles dentro del aula y les hizo huir, sin despedir al ser invocado. Días más tarde alguien comentó que por allí pasaba una sombra. Años más tarde sigue cerrada a cal y canto, puesto que uno de los profesores que imparte clases en aquel instituto estuvo allí, y sabe el secreto que a los demás costó la vida...
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