Han pasado varios años desde que un lector, y hoy buen amigo, me recomendase el cómic Maus, de Art Spiegelman. Años en los que he anhelado su lectura y dado de chocazos por no haber podido sumergirme en sus páginas y disfrutar de su lectura. Ayer estuve atrapado durante tres horas por la historia de Vladek Spiegelman, narrada a través de las charlas que su hijo mantuvo con él. Al contrario de Si esto es un hombre, de Primo Levi, la narración está contada con una dulzura que te hace querer continuar sin agobios, lo que no evita que la historia no sea dura. Hay momentos en los que alguna anécdota nos roba una sonrisa, otros que ponen los vellos de punta y otros en los que preguntas por qué los nazis fueron tan crueles con sus experimentos. Entender por qué Art Spiegelman escogió los ratones como animales conductores es una cosa que se desvela en las páginas de Maus. De obligada lectura, debería ser libro de cabecera en la lucha contra la intolerancia, el racismo y la xenofobia, y una guía para que los políticos entiendan que nos están llevando al Holocausto y al genocidio de una forma lenta y progresiva al privarnos de lo más elemental. Sin lugar a dudas, este tebeo, que no novela gráfica, es una obra maestra a la que aún le faltan lectores: Todas y cada una de las personas que abrazan el antisemitismo, el nazismo y todos los -ismos que promulgan la diferencia de clases, el odio al diferente y la destrucción de los más desfavorecidos.
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