jueves, 22 de abril de 2010
Bolígrafos, papel y megabytes
Hace ya unos meses, cuando comencé a escribir mi última novela, que aún se fragua, redescubrí el placer de redactar a mano, sin necesidad de sentarme delante de la pantalla, aunque después vuelque la información al ordenador, lo cual me ha servido para reposar más de una columna o el post diario, corrigiendo su contenido y depurando su estilo, algo que había olvidado al plasmar de forma directa delante de la pantalla. Siendo consciente de la utilidad de la informática, este retorno a los cuadernos no ha de significar abandono de las nuevas tecnologías. Más bien al contrario, ya que es más fácil usarlas y no ser dominado por las mismas, como habitualmente sucede a nuestro alrededor. Aparte, el hecho de escribir es un placer que nada tiene que ver con la mecanografía de textos. A mí siempre me ha gustado elegir bolígrafo y cuaderno a la hora de abordar un proyecto, convirtiéndose en toda una tradición y ritual imprescindibles en el momento que decido organizar las notas que darán forma a mi escrito, ya sea novela, relato o poema, que no poesía. Durante una larga temporada de más que meses, mi escritura se tornó virtual, sin manuscritos que diesen fe de mis apuntes, pero ahora vuelven a ocupar mis cajones, y de vez en cuando, si no siempre, releerlos y mirarlos se convierte en todo un placer.
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