Permíteme, querido lector, querida lectora, que en esta ocasión me dirija a tí como individuo, y te tutee, que te mire a los ojos para contarte algo que me ha sucedido esta tarde cuando iba a tomar café con una amiga a la que hacía años que no veía. En mi camino hacia el lugar de la cita, me detuve a ver una persona que ofrecía partidas gratis de ajedrez, o a cambio de una aportación voluntaria para recaudar dinero para ir a ver a su madre, enferma de cáncer, esa putísima enfermedad que tanto detesto por el motivo que bien sabes, que te habré contado mil veces. Jugué una partida, regalándosela, dejándome ganar de forma descarada, y ofreciéndole una mano amiga, un hombro en quién llorar, apuntando mi número de teléfono en un papel. Era algo que debía hacer. Sinceramente, no sé si sabré más de esta chica, ni de su madre, pero no me importa, porque al menos la apoyé en el trago tan duro que está pasando. ¿Si hice lo correcto? Para mí, sí, y es lo que importa. No me importa la valoración de la galería, pues confío en esa mirada, y en esa mano que se agarraba a la mía.
Desde estas líneas quiero mandar públicamente toda la fuerza del mundo a esta chica, pues la necesitará en estos momentos tan duros y difíciles que tan bien conozco...
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