Barcelona, primeras horas del día 11 de junio de 1926.
En mi huida de la Sagrada Familia tropecé con alguien, un súbdito árabe llamado Al Burux, que me preguntó que ocasionaba mi espantada. Le expliqué los ruidos de la noche, aquello que había escuchado anteriormente, y el pavor sentido tras los gritos. Fuese lo qué fuese, había logrado descifras mis más profundos terrores, para devolvérmelos magnificados. Fue en aquél momento cuando supe la verdad. En aquella catedral existía un portal entre dos mundos. Nos encontrábamos ante las puertas del Infierno, algo que no deja indiferente a nadie, y menos si sabe que puede franquearlas en cualquier momento, se lo proponga o no... Al Burux relataba que en la cripta existía una piedra roja que exudaba un líquido viscoso, custodiada por un ente del inframundo, cuya presencia sólo era intuida en forma de miedos y terrores indescriptibles e inenarrables.
-¿Cómo combatir a ese demonio? -le preguntaba yo. -Cualquiera que se acerque será víctima de sus más profundos temores, lo cual ya ha acabado con la vida de varias personas, incluida la de Gaudí.
-Olvide el monstruo-me espetó-. Hay que destruir la piedra. Para eso estoy había venido. Esta noche debemos volver a intentarlo.
Nadie sabe qué sucedió aquella noche del 11 de junio de 1926, pues esas fueron las últimas anotaciones en aquel cuaderno encontrado por uno de los trabajadores de la Sagrada Familia, que lo guardó con un extremado celo, y que pasó de generación en generación oculto en una alacena hasta 1986, que lo descubrió una biznieta suya. Aquellos dos hombres fueron olvidados y tragados por el olvido, sin embargo, cuenta la tradición oral que algunas noches de Luna llena se puede adivinar la silueta de un ciudadano árabe en las inmediaciones de la Sagrada Familia, y si se presta atención, podemos escuchar sus advertencias hacia la piedra que late en el interior de la cripta...
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