sábado, 6 de septiembre de 2008
Visitas
Era una fría y lluviosa tarde de invierno, oscura como los deseos más ocultos y secretos del ser humano. El viento que soplaba, gélido y aullador aterraba a quién aguardaba bajo los palos de la marquesina que hacía las veces de parada de autobús. Apenas unas cuantas personas paseaban con ese temporal por la calle, pues era imposible resguardarse de la lluvia, que invadía todo lo que deseaba, junto a su compañero el viento. Aquella tarde sólo estaba él en la parada, esperando al autobús, tras un agotador día de trabajo, de esos que es mejor borrar del mapa. Sin ganas de escuchar música siquiera, notó la presencia de alguien a su lado, que le hablaba de una manera muy especial, haciéndole sentir a gusto y logrando que la espera transcurriese rápida. Ambos subieron al mismo autobús, pero se sentaron en lugares diferentes. Uno al principio, y el otro al final. El silencio reinaba dentro del transporte, cuyos tres únicos ocupantes eran el chófer y ellos dos, los cuales atravesaban y capeaban el temporal, durante aquel interminable trayecto de cuarenta y cinco minutos, que terminaba a veinticinco kilómetros del lugar de donde partieron. Al bajar del autobús, el pasajero que más tiempo aguardaba en la estación preguntó al conductor que dónde estaba el otro viajero, a lo cual respondió que aquella noche sólo viajaron ellos dos. Tras describir a la otra persona que pensaba que le había acompañado, la cara del conductor se tornó en una máscara de terror, ya que esa persona había fallecido días antes en el mismo autobús, a la misma hora...
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