El Hermano Sanguinius se encontraba anclado en órbita, a la espera de la orden de ataque, que debería llegar de un momento a otro. Mientras los Ángeles Sangrientos rezaban y aguardaban el momento de entrar en batalla, una vez las oraciones y la vigilia hubiesen terminado. En la sala del Adeptus Mechanicus se encontraban aquellos hermanos que habían sucumbido a la rabia negra, donde el rojo de sus armaduras se transformaría en el siniestro negro representativo de la Compañía de la Muerte, al ser pintados por los tecnomarines del Capítulo...
Elio Petrarca, comandante de aquel destacamento conocido como las Almas de Sanguinius miraba por la ventana de la barcaza de asalto, observando las estrellas, mientras meditaba sobre la cruenta batalla que estaba a punto de librarse. Con paso firme y sereno bajó a las bodegas, el sitio donde se erigía la capilla que guardaba los cuerpos de los hermanos caídos, a la espera de ser enterrados en Baal. Oscura como la boca de un lobo, la tenue luz de las velas definía la estatua del Primarca alado, tallada en mármol blanco, lo cual le daba un tétrico y sombrío aspecto, a la vez que aterrador, perfecto para el reclusiarca, arrodillado delante de aquella imagen, sin el casco, puesto que rezaba elevando sus plegarias al Emperador, para que Su luz le guiase. Con el crozius arcanum en la frente, y refugiado en la penumbra, Petrarca recitó las Sagradas Letanías del Odio de forma repetitiva, una y otra vez, aguardando el momento en el que el inquisidor Presley diese la orden de ataque....
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