lunes, 14 de enero de 2008
¿Crisis? ¿Qué crisis?
Acabo de leer en un periódico que los artículos de lujo no han dejado de venderse. Al contrario. Sus ventas no sólo no han caído, sino que han aumentado vertiginosamente, lo cual no me sorprende, pues de todos es sabido lo alejadas que están las clases altas del resto de los mortales, esos que estiramos nuestros ínfimos sueldos o mínimas pensiones para llegar a final de mes, si lo conseguimos, soportando cuestas de enero, navidades hipermegaconsumistas o vueltas al cole, tras pagar más del 50% de nuestra nómina o paga estatal en alquileres o hipotecas. Resulta irónico e hilarante recomendar que se consuma menos energía o recursos, o decir que todo está muy caro, cuando se gastan o despilfarran miles de euros en un bolígrafo, unos zapatos o cualquier otro adorno prescindible. A los consumidores de estos artículos no les importa si al resto de los mortales les sobra dinero para comer, tras el pago de la vivienda, ni que a veces se convierta en el único tema de conversación entre la gente. No. A ellos no, que viven en la abundancia, ya que ellos no conocerán la realidad, salvo por las mentiras estadísticas, y osarán recriminarnos cualquier gasto extra que haremos por habérnoslo ganado a pulso, echando horas extras, o trabajando más horas que un reloj, sin entender que a veces ese capricho es una necesidad... No entiendo cómo se puede llamar a la moderación, si existe tal despilfarro. No entiendo cómo se pueden gastar más de 30 euros en dos cafés, por muy lujoso y elitista que sea el lugar donde lo sirven. Y sobre todo, no entiendo por qué se pide moderación al trabajador, y no al verdadero despilfarrador.
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