Anochecía en aquella tarde fría y gélida de invierno, en la cual la gente se refugiaba en los stands de la Feria del Libro, donde elegían sus lecturas, comprando novedades o libros de ocasión, para disfrutarlos o regalarlos. Aquello no importaba. Entre tanto libro existía una sección dedicada al cómic. Parecía mentira que el 7º arte tuviese cabida entre los pesados volúmenes exentos de ilustraciones, con páginas impresas en blanco y negro y cubiertas por infinidad de caracteres que enlazaban todo tipo de historias llenas de los diferentes géneros. Me fijé en aquel cómic porque me recordaba a aquellos de la EC, de serie B, que se publicaban en la época en la que yo nací... Una encuadernación de puro pulp americano, así como una maquetación que recordaba a mis tiempos más impúberes, en esos en los que no me vendían aquellos tebeos porque no tenía la edad. Lo adquirí por un precio irrisorio, y me dirigía a casa, con él debajo del brazo, notando cómo el tiempo nos castigaba aún más con sus gélidos alientos, llenos de fuerza, que sonaban como aullidos en medio de una húmeda y oscura noche ausente de luna, que producía vaho cuando se respiraba. Era una sensación de miedo y escalofrío la que recorría mi espalda, así como una intranquilidad y la sensación de sentirme perseguido, haciéndome volver la vista atrás, para comprobar que nadie estaba detrás de mí. Llegué a la puerta de mi casa, quitándome el guante de la mano izquierda, pues soy zurdo y saqué las llaves. Con un temblor, mezcla del frío, el miedo y unos extraños escalofríos que recorrían mi espalda, saqué las llaves, para introducirla en la cerradura. Una vez dentro, el calor del hogar y la luz me daban un poco de tranquilidad para poder disfrutar del cómic en mi salón, con la calefacción que dejaba un clima de lo más acogedor. Nada más abrir sus páginas, una página en blanco con una sola advertencia: ESTE CÓMIC NO DEBE SER LEÍDO EN LA ÚLTIMA CAMPANADA DE LA VÍSPERA DE UN MARTES 13... Pasé la página sin más, y me dispuse a disfrutar de la lectura, totalmente relajado, escuchando de fondo el sonido de mi reloj de pared, que pongo en hora desde que era un crío. Sin darme cuenta, se me pasó el tiempo volando, y escuché cómo aquella herencia familiar nos informaba de la hora que era, lo cual aproveché para concluir, por aquél día, largo y extraño. Me olvidé de la advertencia, pese a comprobar, una vez metido en la cama junto a mi mujer, que era la madrugada del lunes 12 al martes 13, aunque no le dí mayor importancia. Para mí no la tenía, pues la rutina no había cambiado en nada. Tras una noche de lujuria salvaje y enternecedora, ambos dormimos abrazados, para despertarnos como siempre, con prisas por llegar pronto al trabajo. Ella a la oficina y yo al negocio que regentaba desde antaño. Un corto beso de despedida, para después comer juntos antes de volver a la tarea, y regresar exhaustos a casa, donde recibiría una soberana regañina por dejarme algo de lectura en el salón. Teníamos una habitación para guardar sus peluches y mis cómics, libros, miniaturas y demás... Todo era de lo más normal, y nada me hacía acordarme de aquella primera página del cómic, que retomé para empezar a palidecer...
La historia era la mía propia. Se narraban detalles que no había compartido con nadie, aquella última noche víspera del martes 13 que estaba viviendo. Me veía leyendo el cómic, pasando página a página, sintiendo la ansiedad de su protagonista, a quién le faltaba la respiración, pues su vida se estaba consumiendo y escapando lenta y agónicamente, para después caer delante de la mesa, sin vida, algo que jamás pude saber, ya que yo estaba sin vida, en el suelo, con el cómic a punto de mostrar la última página que contenía el final de la historia...
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